Nikolai no deja de
aprender lecciones interesantes durante sus viajes junto al señor
nadie, sin embargo es bien poco lo que sabe de la vida de su
compañero. ¿A qué mundo pertenece Nikto? ¿De qué especie es?
¿Por qué siempre ha acosado a su familia? Tal vez esté huyendo de
algo, como Nikolai, que huyó de su propia vida.
INDEPENDIENTEMENTE
DE LOS SIGLOS
Capítulo
5: Aferrarse a la vida
Llevaba
todo el día corriendo de acá para allá, al lado del señor nadie
se hace mucho ejercicio. Nikolai estaba agotado, así que cuando
entró al salón de aquella casa vacía dejó caer la mochila al
suelo y se tumbó un momento en el sofá. Todo estaba abandonado y
cubierto de polvo, los platos sobre la mesa con restos de comida
echándose a perder... como si los que vivían allí hubiesen tenido
que salir a toda prisa. Entonces se le ocurrió que aquel polvo eran
los propios habitantes de la casa: sus moradores. ¡Y los estaba
respirando! El muchacho se estremeció.
- Vale,
échate un rato, recupera fuerzas. - Nikto seguía caminando
nervioso a su alrededor, curioseando los libros ajenos en la
estantería. - A veces olvido que eres un simple humano. ¡Oh, mira!
¡Alicia en el país de las maravillas! - Exclamó con una gran
sonrisa tomando un ajado ejemplar entre las manos. - Una pena, esta
gente tenía buen gusto. - Se lamentó.
- ¡Oye
tú! - Aquel comentario sobre su humanidad terminó de sacarle de
quicio. - ¿Por qué no tienes a alguien de tu especie, sea la que
sea, como compañero? - Le espetó a la cara con desdén levantando
la cabeza del polvoriento cojín. - No sé, alguien que pudiera
seguir tu ritmo, para variar. Alguien que te ayudase a resolver
todos estos locos problemas que acostumbran a cruzarse en tu camino.
¿Te das cuenta de que siempre acabamos metidos en algún lío?
- No
siempre, la mayor parte del tiempo es divertido. - Contestó dejando
Alicia en el estante y chasqueando la lengua al tiempo que le
guiñaba un ojo.
- A
mí no me parece divertido que una máquina extraterrestre ande por
ahí convirtiendo en polvo a la gente. - Nikolai volvió a tumbarse
sin apartar la mirada del señor nadie.
- Extraterrestre...
¿por qué todo lo malo tiene que ser alienígena? - Preguntó al
aire mientras se sacaba un extraño aparato del bolsillo de la
chaqueta.
- ¿Qué
es ese trasto? - La curiosidad pudo con él y Nikolai se incorporó
para examinar el objeto más de cerca. - No te lo había visto
nunca.
El
artefacto tenía montones de lucecitas, palancas y botones que Nikto
pulsaba sin cesar. Entretanto emitía un molesto zumbido que variaba
en tono e intensidad, volviéndose insoportable en un momento dado.
- ¡Eh,
ya está bien! - Protestó el muchacho llevándose las manos a los
doloridos oídos.
- Disculpa.
- Dijo Nikto apagando el aparato. - Es lo que me temía. Esa máquina
viene persiguiéndome desde hace siglos, no se detendrá hasta dar
conmigo y matarme... otra vez.
- ¿Pero
qué es? La máquina... ¿de dónde viene? ¿Es de tu mundo? ¿Y
cómo que matarte otra vez? ¿Cuántas veces se puede estar muerto?
- Nikolai, que sentía arder la cabeza con tantas preguntas, se puso
en pie y volvió a coger su mochila. - ¡Ah, ni contestes! Vamos,
tenemos que dar con la máquina y acabar con todo esto.
- Gracias.
- Susurró Nikto cuando el muchacho pasó por su lado camino de la
puerta. - No tenemos tiempo que perder, pronto amanecerá.
Nikolai
ya empezaba a asumir que el señor nadie contaría lo que quisiera y
cuando quisiera sobre sí mismo; su existencia en sí era un
misterio. Lo urgente ahora era detener a esa maldita máquina que, de
algún modo, se había colado en el planeta Tierra y parecía ir a
acabar con toda la especie humana.
- Esto
no tendría que ser así... - Nikto caminaba a toda prisa por
la calle desierta de la zona residencial, no había nadie en
kilómetros a la redonda. - ¡Lo que está pasando no es parte de la
Historia! Eso es una buena noticia, Kolya... ¿y sabes por qué?
- Bueno,
el año dos mil veinticuatro es mi futuro... - Dijo dudando de las
palabras del señor nadie. - ¡Uno que yo no viviré al estar
muerto!
- Siempre
quejándote por tonterías. - Farfulló Nikto poniendo los ojos en
blanco. - Yo conozco la Historia, créeme, y ningún Destructor
acabó con la vida en la Tierra en el siglo veintiuno.
- Lo
que quieres decir entonces es que... - Nikolai intentaba comprender,
se detuvo a su lado en plena carretera y escudriñó los ojos azul
hielo del otro en busca de respuestas.
- ¡Podemos
cambiarlo! - Exclamó el señor nadie agarrando al chico por los
brazos y sacudiéndolo con fuerza. - ¡Y lo haremos! ¡Sólo tengo
que dar con el Destructor antes de que él me encuentre a mí y
dispararle con esto! - Añadió eufórico volviendo a sacar el
extraño artefacto de su bolsillo.
- ¿Es
un arma? - Nikolai lo miró incrédulo. - Pero si a ti no te gustan
las armas...
- Contra
un Destructor no hay otra alternativa. - Remató con su voz más
grave y profunda, parecía hablar en serio.
Cuando
amaneció el día nada hacía presagiar aquella desgracia. Sólo
había arrumacos entre las sábanas, pies grandes acariciando finos
empeines, manos fuertes rozando la aterciopelada piel de la espalda y
labios jugosos que devolvían cada beso como si fuese el último y el
primero al mismo tiempo. No fue hasta pasado el almuerzo que
empezaron a escucharse los gritos. Al atardecer ya estaban corriendo,
huyendo de aquella especie de robot monstruoso que escupía rayos
convirtiendo en polvo todo lo que alcanzaba, tratando simplemente de
sobrevivir.
Al
romper de nuevo el alba continuaban corriendo, aunque ya no huían:
perseguían al Destructor, y cuando Nikolai lo tuvo enfrente pudo
comprobar que no era tan monstruoso como él creía. Dentro de su
caparazón de máquina aquel robot estaba vivo. Algo latía y
respiraba en su interior, algo que pensaba por sí mismo. Algo que,
tal vez, podía llegar a sentir...
- ¡Aparta,
Kolya! - La voz de Nikto le atronó rebotando en las paredes del
túnel. El tren subterráneo había pasado muy cerca y el Destructor
tenía uno de sus disparadores dañado. - ¡Échate a un lado!
- ¡No,
no dejaré que lo mates! - Fue su respuesta, interponiéndose entre
el señor nadie y la máquina moribunda. - Has dicho que sólo
quedaba éste... ¡en todo el Universo!
- Sí,
es el último y tengo que acabar con él. - Insistió haciendo un
gesto con el artefacto en la mano, ordenando a Nikolai que se
quitase de en medio. - ¡Aparta!
- No,
míralo, ya no puede disparar... ¡Está indefenso! - Los enormes
ojos aguamarina de Kolya eran todo compasión. - Podría haberme
matado con su último rayo pero ha abierto un agujero en el techo en
su lugar. ¿No ves que lo único que quiere es escapar de ti?
El
chico se giró señalando a la máquina humeante, echaba chispas por
todas partes y su casco parecía estar resquebrajándose. No había
nadie en el metro, los pocos supervivientes habían huido como
cucarachas escaleras arriba hacía un buen rato. Todo estaba en
silencio. Y entonces, como en un sueño, una voz sonó dentro de sus
cabezas. Era metálica y áspera, filtrándose en sus pensamientos
resonaba hueca la voz del enemigo.
- Ya
no tiene sentido, todo ha terminado. - Decía la agonizante
criatura. - Somos los últimos... tú y yo. Por favor, no me
mates. - Suplicó a su letal
enemigo.
- Pero
tengo que hacerlo... ¡Eres un Destructor, todo lo que sabes hacer
es destruir! - Gritó Nikto sacudiendo la cabeza. - Acabarías con
la humanidad si te dejase... ¿a cuántos has matado ya? ¿Cien?
¿Quinientos? ¿Diez mil? ¿Por qué iba a dejarlo ir, Kolya?
- ¡Míralo!
- El chico seguía apuntando al robot con su dedo. La parte superior
se había abierto y un ser amorfo, bastante repulsivo, asomaba entre
el metal de la carcasa. - Mira lo que está haciendo...
Un
haz de luz se filtraba por el agujero del techo entre el hormigón.
La criatura abrió su caparazón metálico y dejó caer sus barreras,
tímidamente buscaba sentir el sol
sobre
su piel, quizá por vez primera, quizás una última vez.
- ¿Lo ves? Busca el
calor, quiere vivir... - Nikolai observaba alternativamente a los
dos alienígenas en el túnel, preguntándose cuál de ellos era el
verdadero monstruo.
- ¡No! - Gritó el señor
nadie furioso. - ¡Créeme Kolya, esa cosa no es capaz de sentir!
- Tal vez haya cambiado.
- Nikolai vio cómo el repulsivo ser parecía adoptar una expresión
placentera ante el tibio contacto de la luz solar. - Tú también
has cambiado, Nikto... ¿pero en qué te estás convirtiendo?
- ¡Es un asesino! -
Volvió a gritarle al chico con el ceño fruncido sobre la fría
mirada azul hielo.
- ¡No es él quien me
apunta con un arma! - Respondió Nikolai con rapidez.
Y
era cierto. Nikto seguía encañonándoles, esperando que Kolya se
moviera para poder disparar a su enemigo, arrepintiéndose de haberlo
traído consigo a la última batalla: ahora el chico lo había
cambiado todo con su maldita humanidad. El señor nadie se mordió el
labio con todas sus fuerzas por haber tenido tan malos pensamientos.
- Puedo sentir... -
La voz del ser se dejaba oír de nuevo en sus cabezas. - Ahora
tengo sentimientos, gracias a ti. Hay tanta oscuridad en mí...
Muchacho, tú me has salvado de mi enemigo. Haré lo que me pidas,
ordéname morir.
- No... no puedo hacer
eso. - Nikolai titubeó. - ¿Después de todo lo que ha pasado
quieres morir?
- Tú me cambiaste, ya
no sé qué soy. Esto no es vida... ¡es una enfermedad! No quiero
ser como tú, no quiero ser humano.
- La máquina era consciente de su nueva identidad, ahora que
Nikolai había tocado su alma ya no podría seguir siendo un
Destructor. No era nada. - Ordena mi destrucción, chico,
obedece.
Sabía que el señor
nadie estaba mirando, con su aparatito de luces de colores en la
mano, amenazante. Kolya sabía que le dejaría hacer; solamente si no
ordenaba la destrucción a la máquina, Nikto dispararía.
- ¿Y eso es todo? - Se
lamentó sacudiendo los rizos castaños al negar con la cabeza. - El
fin de una especie...
Comprender que nada
tiene sentido sin un final es algo que a Nikolai, como ser humano, le
costaba admitir. El maldito instinto de supervivencia, aferrarse a la
vida pese a quien pese, a toda costa. Hay algo peor que estar muerto:
vivir cuando no se desea hacerlo.
- De acuerdo entonces.
Hazlo. Muere. - Le susurró al fin a la máquina. Ríos de lágrimas
se deslizaban por sus mejillas.
- ¿Estás asustado?
- Quiso saber el moribundo.
- Sí. - Respondió con
honestidad.
- Yo también. -
Le confesó el alienígena. - ¡Autodestrucción!
El
Destructor, medio ser vivo, medio máquina, flotó un par de metros
por encima del suelo antes de desaparecer en una minúscula
implosión, como absorbido por un agujero negro que él mismo hubiese
generado. Todo acabó en menos de un segundo. No quedó nada.
Continuará
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