Dejamos
a Nikolai despidiéndose de toda su vida y aceptando partir junto al
extraño sin nombre. La promesa de aventuras, de viajes imposibles,
la curiosidad por saber más acerca de aquel desconocido tan
familiar, pudo más que el sentido común: el chico aceptó fingir su
propia muerte. ¿Y cómo lo hizo? Bueno, puede que con el tiempo...
Tal vez algún día Kolya se decida a hablar sobre ello.
INDEPENDIENTEMENTE
DE LOS SIGLOS
Capítulo
2: El extraño
Caía
la noche y caminaban juntos sobre la nieve, sus pisadas sonaban
amortiguadas por el constante ruido de coches de caballos yendo y
viniendo. Palace Street, en pleno centro de Londres, se encontraba
muy animada a pesar del frío. Nikolai se ajustó una vez más la
corbata al cuello, lo encontraba demasiado duro, demasiado incómodo.
- ¡Deja
eso ya! - Le regañó con media sonrisa. - Estás perfecto así
vestido, Kolya, eres todo un gentleman...
- ¿Por
qué hay tanta gente? ¿Qué pasa? ¿A dónde vamos?
- ¿Pero
es que no sabes qué día es hoy?
El
muchacho buscó con la mirada hasta que dio con un hombre que,
apoyado en una de las columnas bajo el pórtico del teatro, leía el
periódico de la tarde. Así fue como pudo leer la fecha en la que se
encontraban.
- Catorce
de febrero de mil ochocientos noventa y cinco. ¡Es el día de los
enamorados! ¿Serás mi Valentín? - Preguntó coqueto, con una
mueca toda ternura en sus preciosos labios.
- Ya
veremos, según te comportes. - Bromeó, sabía demasiado bien cómo
quería terminar la noche.
- La
importancia de llamarse Ernesto. - Nikolai observó el cartel de la
obra que se representaba esa noche en el St. James. - ¿Es el
estreno? ¿Estará Wilde entre el público? ¡Ah, sería maravilloso
conocerle!
- Te
prometí viajar en el tiempo y el espacio y aquí estamos, en una
noche memorable. - Galantemente sujetó la puerta mientras su joven
acompañante la cruzaba delante de él. - El autor disfrutará de su
nuevo gran éxito, si eres hábil podrás invitarle a una copa más
tarde.
- Sí,
beberemos con él. - Afirmó con seriedad. - Al pobre hombre le
quedan unos tres meses para acabar con sus huesos en la cárcel.
- ¿Cómo
sabes eso? - Le detuvo un momento en el hall del teatro,
sosteniéndolo del brazo para mirarle a los enormes ojos aguamarina.
El chico guardaba muchas sorpresas en su interior. - Entiende que no
debes decirle nada, es mejor que Wilde siga ignorando su destino.
- Tranquilo,
ya me hiciste jurar que no cambiaría la Historia. - Le respondió
con una gran sonrisa. - ¿Dónde nos sentamos? ¿Me llevas a un
palco? ¡Oh, no puedo creer que estemos aquí!
Kolya
se dejó arrastrar escaleras arriba, al primer piso, y trotó tras su
compañero hasta el palco de platea, el más cercano al escenario.
Ocupó su asiento contento de que sólo hubiera dos sillas, tendría
la libertad de hacer comentarios que a oídos indiscretos podrían
sonar terriblemente anacrónicos.
- Me
he dado cuenta de una cosa. - Susurró el muchacho con su voz ronca
y quebradiza. - No sé tu nombre, no me lo has dicho.
- Cierto,
no me he presentado. Resulta algo raro, después de todo lo que ha
pasado... ¿verdad? - Le miró con sus ojos azules tan pálidos como
el tejido con el que está hecha la mañana. - Lo de tu muerte y...
- Te
lo advertí: no hablamos de eso. - Refunfuñó Nikolai frunciendo el
ceño al interrumpirle.
- De
todos modos no importa, no tengo nombre. - Masculló encogiendo los
hombros. - Aunque en tu familia me llamáis Gospodin Nikto, vengo
oyéndoos decirme así desde hace siglos.
Nikolai
se echó a reír. Fue breve, pronto un escalofrío le heló la
sonrisa en el rostro.
- Eso
no es un nombre, es ruso... - Carraspeó y sacudió la cabeza, la
espalda recta y lejos del respaldo de su silla, estaba tenso. -
Significa Señor Nadie. ¿Cómo esperas que llamemos a una sombra que deambula
por el jardín? De niños nos contaban historias que... No, mejor no
hablamos de eso.
- Kolya,
querido. - Poniendo su mano sobre el hombro del muchacho buscó
atrapar entre los dedos el lóbulo de su oreja, regalándole así
una caricia que ascendió por el cuello hasta el mentón. - Puedes
llamarme Nikto si tú quieres.
Las
lámparas de gas se atenuaron y pronto la representación de la
última comedia, escrita por el inmortal Oscar Wilde, dio comienzo
sobre el escenario.
El
extraño Señor Nadie se deleitaba en contemplar la cara de niño
ilusionado de Nikolai, los preciosos ojos aguamarina brillando de
emoción y aquella pierna derecha subiendo y bajando
vertiginosamente, en un movimiento involuntario de verdadero
nerviosismo.
- Está
ahí sentado... - Susurró de pronto echándose hacia delante,
apoyando los brazos sobre la baranda forrada de terciopelo. -
Oscar... Es él ¿verdad?
El
señor Nadie asintió. Tenían al autor en el palco de enfrente,
rodeado por su más íntimo círculo de amistades: bellas damas y
elegantes caballeros entre los cuales uno destacaba por la atención
que le prestaba el escritor. Más tarde, cuando juntos brindaron con
champán por el éxito de la obra, el señor Wilde les presentó al
joven como Lord Alfred Douglas.
- Bosie...
- Musitó Nikolai palideciendo al instante, había reconocido al
causante de la desgracia que en tres meses caería sobre Wilde.
El
muchacho era hermoso, arrogante, un orgulloso escocés de rubios
cabellos ensortijados y mirada penetrante. Tenía aproximadamente la
misma edad que Nikolai.
- Señor
Nikto, parece que tengamos gustos semejantes. - Comentó Oscar con
su habitual cinismo.
- Si
se refiere usted, caballero, a ese amor que no se atreve a decir su
nombre... - Dejó caer la cita del poema "Dos amores" de
Lord Alfred a propósito, causar escalofríos que erizasen la piel
de Kolya se estaba convirtiendo en uno de sus pasatiempos favoritos.
- No puedo decir lo contrario, señor mío. Nuestros gustos son
semejantes.
El
rubio no apartaba la vista de Nikolai, examinándolo con
detenimiento. Una sospecha se le clavó en la mente igual que una
aguja afilada.
- ¿Nos
conocemos? - Preguntó acercándose al joven de cabellos castaños y
rizados que tenía delante. - ¿Es amigo de Oscar, usted también...?
- No,
estamos de paso, no somos de por aquí. - Intervino el señor Nadie
dejando caer su brazo sobre los hombros de Nikolai. Aquel gesto era
una declaración de propiedad. - Mi amigo es ruso, aunque domina
nuestra lengua a la perfección, además del francés... claro está.
- ¡Ah,
el francés! Todo un arte en el que nuestros jóvenes acompañantes
por fuerza han de resultar expertos. - Insinuó alegremente Oscar
dando a entender mucho más con su traviesa mirada. - Tal vez
debiéramos disfrutar de sus habilidades, compartirlas... Tengo un
reservado aquí cerca, el restaurante es cómodo y discreto. ¿No
están hambrientos? Estoy convencido de que su joven amigo necesita
con premura algo contundente que llevarse a la boca.
- Le
tengo bien alimentado, gracias. - Respondió el señor Nadie con
descaro y media sonrisa, palmeando el trasero de Nikolai que se
ruborizó ligeramente. - Además, hoy es un día especial para
nosotros, tenía planes...
- Oh,
davay! *(vamos) - Suplicó el joven Kolya sacando morritos. ¿Iba a
perderse una cena con el genuino Oscar Wilde solamente por unos
tontos celos de su compañero de viaje?
- ¿En
qué college ha estudiado, señor Tserkov? - Lord Alfred insistía
en sus pesquisas a la par que guiaba ya al muchacho hacia el
restaurante. - Estoy seguro de que nos conocemos, me ha llamado
usted Bosie.
- No
aceptaré una negativa como respuesta, amigo mío. - Wilde podía
ser muy testarudo cuando algo le interesaba. - Celebraremos mi
último éxito y rezaré porque no sea realmente el último.
Y
así el extraño señor Nadie y su acompañante, el joven Nikolai
Tserkov, acabaron compartiendo una cena de San Valentín con el
famoso escritor Oscar Wilde y su buen amigo Lord Alfred Douglas.
Continuará