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Desde el otro lado

Mi niño precioso... parece que estuvieras hablándome desde el otro lado, diciéndome lo que debo hacer con todo el dolor que me causa tu au...

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viernes, 30 de septiembre de 2016

ARDE LA LUNA...

Arde la luna en el cielo y yo ardo de amor,
fuego que se consume como mi corazón.
Mi alma llora, dolorida.
No estoy en paz, qué mala noche.
El tiempo pasa mas no amanece,
no habrá más sol si él no vuelve.

Arde mi tierra y arde mi corazón,
ella tiene sed de agua, yo sed de amor.
A quién le canto mi canción,
si no hay nadie que se asome al balcón.

Arde la luna en el cielo y yo ardo de amor,
fuego que se consume como mi corazón.
A quién le canto mi canción,
si no hay nadie que se asome al balcón.

El tiempo pasa mas no amanece,
no habrá más sol si él no vuelve.
Arde mi tierra y arde mi corazón,
ella tiene sed de agua, yo sed de amor.
A quién le canto mi canción,
si no hay nadie que se asome al balcón.

Brucia La Terra - The Godfather (https://www.youtube.com/watch?v=LW5xCCTXZdU)


miércoles, 28 de septiembre de 2016

INDEPENDIENTEMENTE DE LOS SIGLOS_Capítulo 3. Le dessert... chaud *(el postre... caliente)


Cenar en compañía de Oscar Wilde y su joven amante, Lord Alfred Douglas, fue toda una sorpresa para Nikolai. Un sueño cumplido: conocer al escritor y asistir nada menos que al estreno de su última comedia, “La importancia de llamarse Ernesto”. El chico acababa de morir, se merecía un homenaje... su extraño compañero de viaje no podía oponerse a algo tan excepcional.


INDEPENDIENTEMENTE DE LOS SIGLOS
Capítulo 3: Le dessert... chaud *(el postre... caliente)



                                                                           Catorce de febrero de mil ochocientos noventa y cinco. En el reservado de un restaurante cercano al teatro St. James de Londres, cuatro hombres comparten a solas una exquisita cena coronada con deliciosos postres. 

 - ¡Humanos! Aunque inteligentes, obviamente unos más que otros, no sois sin embargo ni medio suspicaces siquiera. - El extraño parecía molesto, mirando alternativamente a los otros tres hombres en el reservado. - Si alguien tiene la posibilidad de tomar el control, rápidamente os sometéis. ¡A veces creo que os gusta! Una vida fácil, sin decisiones que tomar... ¡Pequeños cerebros humanos! ¿Cómo sobrevivís con ellos?

         Nikolai tenía la cara roja como un tomate maduro. Y no sólo debido a que su compañero de viaje estuviera burlándose del género humano delante del mismísimo Oscar Wilde; todo porque Lord Alfred Douglas, más conocido en la intimidad como Bosie, acababa de cumplir con la orden de su amigo el escritor y se encontraba de rodillas bajo la mesa, exactamente entre sus piernas, listo para poner en práctica sus conocimientos de “francés.” El rostro de Kolya estaba a punto de explotar por éste y no por otro motivo, aunque intentó disimular su desconcierto.

 - Debéis disculpar a mi amigo, cuando se estresa se burla de las demás especies. - Sonrió tratando de justificar la grosera actitud del extraño señor Nadie. - El otro día se cortó al afeitarse y se pasó media hora insultando a formas de vida más tontas que él. Justo lo que duró su herida, ni cicatriz le quedó...

 - ¿Acaso no es usted humano, señor mío? - Oscar clavó su inquisitiva mirada en los ojos azul pálido del desconocido al que había invitado a cenar.

 - No tengo ni idea de a qué especie pertenece pero estoy convencido de que no es como nosotros. - Respondió Nikolai por su compañero. - ¡Ah!

       Aquello último había sonado a lo que era: un gemido. La lengua de Bosie resultó ser endiabladamente experta en el arte del francés, tal como Wilde había advertido. El muchacho rubio se afanaba en su tarea y a Nikolai no le quedaba otra alternativa que dejarse hacer, sufriendo el placer que aquello le provocaba sin poder decir una palabra.

 - Bien entonces. - Arguyó el escritor haciendo su silla a un lado para estar más cerca de su extraño nuevo amigo. - Si no es usted humano... ¿a qué especie pertenece, caballero?

         Lo que estaba ocurriendo bajo sus narices llamó poderosamente la atención del señor Nadie: su joven amigo Nikolai parecía hallarse en un completo estado de felicidad dentro de la boca de Lord Alfred.

 - Yo... vengo de un mundo muy lejano. - Susurró sin apartar la vista de la cabeza rubia que subía y bajaba sobre la entrepierna de su amigo. - El sol explotó y todo quedó destruido. Pude robar una nave justo a tiempo, por eso sigo vivo.

 - El último de su especie. - Murmuró Wilde acariciando aquel mentón afilado y pálido que tanto le atraía. - Bosie... deja ya al chico y ocúpate del señor Nikto, ¿quieres querida?

         Que le hablase en femenino no era nada raro, lo hacían siempre que estaban a solas o, como en esta ocasión, en compañía de lo que ellos consideraban “espíritus afines”. Lord Alfred Douglas abandonó al muchacho húmedo y frío, erguido en toda su plenitud, para dedicar ahora sus habilidades a la entrepierna del aludido.

 - ¿Puedo hacer algo por usted, señor Wilde? - Consultó Nikolai tímidamente, con su voz ronca y quebradiza, al admirado escritor.

 - ¡Desde luego que sí! - Exclamó Oscar casi eufórico. - Deme un momento tan sólo...

         Apresuradamente se deshizo de sus pantalones dejándolos enrollados en los tobillos, había arrastrado la ropa interior y mostraba un glorioso trasero que, sin pérdida de tiempo, apoyó en los muslos de Nikolai. Le daba la espalda al hacerlo y no pudo ver la pícara sonrisa dibujada en el rostro del muchacho.

 - Nunca desperdiciaría una erección así... ¡Oh, por todos los dioses! - Wilde gimió de gozo al sentirle dentro, el chico poseía una envergadura que le llenó por completo. - Bosie, preciosa, no escatimes tus cuidados con el señor Nikto. Cuando esté preparado que se una a su amigo dentro de mí.


              Acogedor sería la palabra más adecuada para definir el glorioso trasero del escritor. Wilde pudo con ambos viajeros y aún le quedaron fuerzas para someterse a Lord Alfred una vez que aquellos hubieron terminado. Nikolai le observaba rebotar en el regazo de su joven y rubio amante sin cesar, gimiendo y deleitándose en el placer de sentirse lleno una vez más. El chico lo hacía descansando la cabeza sobre el pecho aún jadeante del señor Nadie.

 - Feliz San Valentín, Kolya... - Susurró besando la frente por debajo de los rizos castaños. - Mi precioso muchacho...

 - Feliz San Valentín, Nikto... - Le miraba con los ojos aguamarina entornados, aún ruborizado por lo que acababa de pasar. - Seas quien seas...


Continuará

sábado, 24 de septiembre de 2016

TALENTO


Anton interpretando una de mis piezas favoritas, el Capricho nº 24 de Paganini. ¿Talento? A mi niño le rebosaba por los cuatro costados... ¡Mi preciosa rosa blanca!

jueves, 22 de septiembre de 2016

INDEPENDIENTEMENTE DE LOS SIGLOS _ Capítulo 2. El extraño.


Dejamos a Nikolai despidiéndose de toda su vida y aceptando partir junto al extraño sin nombre. La promesa de aventuras, de viajes imposibles, la curiosidad por saber más acerca de aquel desconocido tan familiar, pudo más que el sentido común: el chico aceptó fingir su propia muerte. ¿Y cómo lo hizo? Bueno, puede que con el tiempo... Tal vez algún día Kolya se decida a hablar sobre ello.



INDEPENDIENTEMENTE DE LOS SIGLOS
Capítulo 2: El extraño



                                                                               Caía la noche y caminaban juntos sobre la nieve, sus pisadas sonaban amortiguadas por el constante ruido de coches de caballos yendo y viniendo. Palace Street, en pleno centro de Londres, se encontraba muy animada a pesar del frío. Nikolai se ajustó una vez más la corbata al cuello, lo encontraba demasiado duro, demasiado incómodo.

 - ¡Deja eso ya! - Le regañó con media sonrisa. - Estás perfecto así vestido, Kolya, eres todo un gentleman...

 - ¿Por qué hay tanta gente? ¿Qué pasa? ¿A dónde vamos?

 - ¿Pero es que no sabes qué día es hoy?

      El muchacho buscó con la mirada hasta que dio con un hombre que, apoyado en una de las columnas bajo el pórtico del teatro, leía el periódico de la tarde. Así fue como pudo leer la fecha en la que se encontraban.

 - Catorce de febrero de mil ochocientos noventa y cinco. ¡Es el día de los enamorados! ¿Serás mi Valentín? - Preguntó coqueto, con una mueca toda ternura en sus preciosos labios.

 - Ya veremos, según te comportes. - Bromeó, sabía demasiado bien cómo quería terminar la noche.

 - La importancia de llamarse Ernesto. - Nikolai observó el cartel de la obra que se representaba esa noche en el St. James. - ¿Es el estreno? ¿Estará Wilde entre el público? ¡Ah, sería maravilloso conocerle!

 - Te prometí viajar en el tiempo y el espacio y aquí estamos, en una noche memorable. - Galantemente sujetó la puerta mientras su joven acompañante la cruzaba delante de él. - El autor disfrutará de su nuevo gran éxito, si eres hábil podrás invitarle a una copa más tarde.

 - Sí, beberemos con él. - Afirmó con seriedad. - Al pobre hombre le quedan unos tres meses para acabar con sus huesos en la cárcel.

 - ¿Cómo sabes eso? - Le detuvo un momento en el hall del teatro, sosteniéndolo del brazo para mirarle a los enormes ojos aguamarina. El chico guardaba muchas sorpresas en su interior. - Entiende que no debes decirle nada, es mejor que Wilde siga ignorando su destino.

 - Tranquilo, ya me hiciste jurar que no cambiaría la Historia. - Le respondió con una gran sonrisa. - ¿Dónde nos sentamos? ¿Me llevas a un palco? ¡Oh, no puedo creer que estemos aquí!

      Kolya se dejó arrastrar escaleras arriba, al primer piso, y trotó tras su compañero hasta el palco de platea, el más cercano al escenario. Ocupó su asiento contento de que sólo hubiera dos sillas, tendría la libertad de hacer comentarios que a oídos indiscretos podrían sonar terriblemente anacrónicos.

 - Me he dado cuenta de una cosa. - Susurró el muchacho con su voz ronca y quebradiza. - No sé tu nombre, no me lo has dicho.

 - Cierto, no me he presentado. Resulta algo raro, después de todo lo que ha pasado... ¿verdad? - Le miró con sus ojos azules tan pálidos como el tejido con el que está hecha la mañana. - Lo de tu muerte y...

 - Te lo advertí: no hablamos de eso. - Refunfuñó Nikolai frunciendo el ceño al interrumpirle.

 - De todos modos no importa, no tengo nombre. - Masculló encogiendo los hombros. - Aunque en tu familia me llamáis Gospodin Nikto, vengo oyéndoos decirme así desde hace siglos.

      Nikolai se echó a reír. Fue breve, pronto un escalofrío le heló la sonrisa en el rostro.

 - Eso no es un nombre, es ruso... - Carraspeó y sacudió la cabeza, la espalda recta y lejos del respaldo de su silla, estaba tenso. - Significa Señor Nadie. ¿Cómo esperas que llamemos a una sombra que deambula por el jardín? De niños nos contaban historias que... No, mejor no hablamos de eso.

 - Kolya, querido. - Poniendo su mano sobre el hombro del muchacho buscó atrapar entre los dedos el lóbulo de su oreja, regalándole así una caricia que ascendió por el cuello hasta el mentón. - Puedes llamarme Nikto si tú quieres.

      Las lámparas de gas se atenuaron y pronto la representación de la última comedia, escrita por el inmortal Oscar Wilde, dio comienzo sobre el escenario.

       El extraño Señor Nadie se deleitaba en contemplar la cara de niño ilusionado de Nikolai, los preciosos ojos aguamarina brillando de emoción y aquella pierna derecha subiendo y bajando vertiginosamente, en un movimiento involuntario de verdadero nerviosismo.

 - Está ahí sentado... - Susurró de pronto echándose hacia delante, apoyando los brazos sobre la baranda forrada de terciopelo. - Oscar... Es él ¿verdad?

      El señor Nadie asintió. Tenían al autor en el palco de enfrente, rodeado por su más íntimo círculo de amistades: bellas damas y elegantes caballeros entre los cuales uno destacaba por la atención que le prestaba el escritor. Más tarde, cuando juntos brindaron con champán por el éxito de la obra, el señor Wilde les presentó al joven como Lord Alfred Douglas.

 - Bosie... - Musitó Nikolai palideciendo al instante, había reconocido al causante de la desgracia que en tres meses caería sobre Wilde.

      El muchacho era hermoso, arrogante, un orgulloso escocés de rubios cabellos ensortijados y mirada penetrante. Tenía aproximadamente la misma edad que Nikolai.

 - Señor Nikto, parece que tengamos gustos semejantes. - Comentó Oscar con su habitual cinismo.

 - Si se refiere usted, caballero, a ese amor que no se atreve a decir su nombre... - Dejó caer la cita del poema "Dos amores" de Lord Alfred a propósito, causar escalofríos que erizasen la piel de Kolya se estaba convirtiendo en uno de sus pasatiempos favoritos. - No puedo decir lo contrario, señor mío. Nuestros gustos son semejantes.

      El rubio no apartaba la vista de Nikolai, examinándolo con detenimiento. Una sospecha se le clavó en la mente igual que una aguja afilada.

 - ¿Nos conocemos? - Preguntó acercándose al joven de cabellos castaños y rizados que tenía delante. - ¿Es amigo de Oscar, usted también...?

 - No, estamos de paso, no somos de por aquí. - Intervino el señor Nadie dejando caer su brazo sobre los hombros de Nikolai. Aquel gesto era una declaración de propiedad. - Mi amigo es ruso, aunque domina nuestra lengua a la perfección, además del francés... claro está.

 - ¡Ah, el francés! Todo un arte en el que nuestros jóvenes acompañantes por fuerza han de resultar expertos. - Insinuó alegremente Oscar dando a entender mucho más con su traviesa mirada. - Tal vez debiéramos disfrutar de sus habilidades, compartirlas... Tengo un reservado aquí cerca, el restaurante es cómodo y discreto. ¿No están hambrientos? Estoy convencido de que su joven amigo necesita con premura algo contundente que llevarse a la boca.

 - Le tengo bien alimentado, gracias. - Respondió el señor Nadie con descaro y media sonrisa, palmeando el trasero de Nikolai que se ruborizó ligeramente. - Además, hoy es un día especial para nosotros, tenía planes...

 - Oh, davay! *(vamos) - Suplicó el joven Kolya sacando morritos. ¿Iba a perderse una cena con el genuino Oscar Wilde solamente por unos tontos celos de su compañero de viaje?

 - ¿En qué college ha estudiado, señor Tserkov? - Lord Alfred insistía en sus pesquisas a la par que guiaba ya al muchacho hacia el restaurante. - Estoy seguro de que nos conocemos, me ha llamado usted Bosie.

 - No aceptaré una negativa como respuesta, amigo mío. - Wilde podía ser muy testarudo cuando algo le interesaba. - Celebraremos mi último éxito y rezaré porque no sea realmente el último.

          Y así el extraño señor Nadie y su acompañante, el joven Nikolai Tserkov, acabaron compartiendo una cena de San Valentín con el famoso escritor Oscar Wilde y su buen amigo Lord Alfred Douglas.


Continuará


miércoles, 21 de septiembre de 2016

UNA SONRISA, POR FAVOR



VERSIÓN TREKKIE DEL CHISTE DEL ECLIPSE, POPULARIZADO POR EL GENIAL SANTI RODRÍGUEZ


                                                           Nave USS Enterprise en órbita alrededor del típico planeta de clase M, tan semejante a nuestra Tierra. Despacho del capitán, última hora de la tarde. James Kirk mantiene una reunión con su primer oficial, el señor Spock y su mejor amigo, el doctor McCoy. Los tres esperan pacientemente la llegada del ingeniero jefe, el señor Scott, que ha sido requerido por el capitán. La tensa sonrisa del escocés asoma al fin por la puerta automática. Jim se pone en pie para dirigirse a él.

 - Scotty, mañana a las 7:45 va a tener lugar un eclipse de sol, hecho que no ocurre todos los días, así que quiero que formes a toda la tropa en traje de campaña sobre la superficie del planeta. Usa el teletransportador, el patio de ese gran edificio que visitamos ayer será adecuado para ello pero en caso de que llueva me trasladas a la tropa de nuevo al Enterprise, al gimnasio, y allí yo daré las instrucciones necesarias para poder ver el eclipse de sol correctamente.

     El escocés saluda al estilo militar y sale del despacho camino de la sala de recreo más cercana, está sediento y deseando regresar a su botella de whisky de malta de dieciocho años que tuvo que abandonar cuando Jim le llamó a su presencia. Por el pasillo se topa con la teniente Uhura y decide transmitirle a ella las órdenes del capitán.
 - Teniente Uhura, por orden del capitán Kirk mañana va a haber un eclipse de sol. No me mires así Nyota, ha dicho Jim que si llueve en el planeta no se va a ver nada al aire libre entonces el eclipse tendrá lugar dentro del gimnasio y allí él mismo nos dirá lo que hay que hacer para que la tropa no lleve puesto todo el día el traje de campaña. Transmite las órdenes por mí, ¿quieres, preciosa? Tengo a un viejo amigo esperando.

     A la experta en xenolingüista todo ese galimatías le suena más raro que un klingon hablando en romulano pero tiene prisa, ha dejado el aparato de la cera conectado y calentándose en su camarote. Estaba a punto de depilarse las ingles así que ve el cielo abierto cuando se cruza con Sulu por el pasillo de la cubierta C.

 - Teniente Sulu, mañana tendrá lugar en el planeta la inauguración del eclipse de sol. El capitán Kirk va a dar las órdenes oportunas para ver si llueve o no llueve al final, en caso de que llueva el eclipse tendrá lugar dentro del gimnasio y el capitán llevará puesto un traje de campaña... ¡Sí Hikaru, no pongas esa cara! ¡Un traje de campaña! Y nos dirá lo que hay que hacer para no llevarlo puesto todos los días.

     A esas horas, tras un duro turno como piloto en el puente de mando y con el hambre que tenía, consciente de que buen plato de udon se estaba enfriando encima de la mesa de su camarote, el japonés no duda ni un instante en pasarle la pelota al joven Chekov que acaba de salir del turboascensor.

 - Alférez, mañana va a haber un eclipse de sol en traje de campaña. El capitán ha ordenado que imperiosamente tiene que llover en el patio del planeta, o sea que nos iremos al gimnasio y allí... Bueno, que veremos a ver las órdenes que da Jim porque esto no puede ocurrir todos los días. ¿Has entendido bien, Pavel? Pues informa tú al resto de la tropa. Yo me voy a cenar.

     Chekov asiente sin decir una palabra. No podría hacerlo aunque su amigo se lo hubiera exigido, no con la boca llena de caviar de beluga que acababa de robar a la sargento García en un despiste de la pobre mujer. Pensando en darse otra vuelta por las cocinas antes de irse a la cama, el ruso pulsa el telecomunicador de la pared del pasillo al mismo tiempo que engulle su valioso trago y, sin darse tiempo a respirar, transmite las órdenes a toda la tropa por megafonía.

 - Aquí el “alféres” Chekov, código de “autorissassión” nueve “sinco” victor victor dos, presten “atenssión”, esto va dirigido a toda la “tripulassión” del USS Enterprise: mañana se eclipsará el capitán en traje de campaña por “efessto” del sol. “Curk” ha ordenado que llueva en el patio del planeta, así que el eclipse tendrá lugar en el gimnasio. Ay yebat... *(joder) ¡Sólo pido que los dioses quieran que esto no “susseda” todos los días! Chekov, corto.


          Despacho del capitán. Spock ladea ligeramente la cabeza a la par que levanta su ceja derecha, las manos entrelazadas a la espalda. Jim, sentado a su mesa, se cubre el rostro terriblemente avergonzado mientras que el doctor McCoy descorcha una botella de brandy dispuesto a brindar por su triunfo.

 - ¡Os lo advertí! - Rió el médico sirviendo tres copas. - Las órdenes de viva voz no llegan a ninguna parte, es mejor usar la megafonía.

 - Al menos, Bones, a mi joven genio ruso se le ha ocurrido hacerlo. - Masculló el capitán tomando la copa de brandy entre sus manos para calentarlo un poco.

 - Pero tarde, Jim... - Spock le acompañó imitando su gesto. - Muy tarde.

 - ¡Por la especie humana! - Brindó McCoy alzando su vaso. - Oh, vamos, duende... has de reconocer que somos únicos a la hora de desvirtuar la información.

 - ¿Un eclipse en traje de campaña, en el interior del gimnasio, y todo porque el capitán ha ordenado que llueva sobre el patio del planeta? - Recapituló el aludido Spock imitando ahora al doctor y levantando su propia copa.

 - ¡Bah, no hay caso! - Suspiró Jim poniéndose en pie y entrechocando su vaso con los de sus amigos.

     El sonido del cristal al brindar precedió un breve e incómodo silencio. Al ver cómo las comisuras de los finos labios de su primer oficial se elevaban sutilmente, el rubio rompió a reír a carcajadas. Bones no tardó en secundarle ante las alzadas y picudas cejas del vulcano.

Tenías que ser tú

Tenías que ser tú...
Estuve vagando por ahí y al final encontré a aquél que me haría ser de verdad y me haría sentir melancolía, e incluso estar contenta sólo por estar triste... pensando en ti... Антоша


 

domingo, 18 de septiembre de 2016

INDEPENDIENTEMENTE DE LOS SIGLOS _ Capítulo 1. Tres de tres.


           Ya va siendo hora de iniciar nuestro viaje por el universo slash, para ello os traigo una historia original. Algo que llevo dentro y que duele hacerlo salir... ¿tal vez demasiado? Pero comencemos con un primer paso, seguido de otro, y tengamos paciencia. Hay que disfrutar del camino; sé que puedo hacer esto. Recomiendo arrancar con un poco de música, tan curativa para el espíritu. El Vocalise de Rachmaninov será perfecto a la hora de acompañarnos en esta nueva andadura a la que he dado el título de INDEPENDIENTEMENTE DE LOS SIGLOS, tal vez demasiado pretencioso aunque eso ya se verá. Y este primer episodio ha escogido llamarse “Tres de tres”, porque las historias eligen, toman decisiones que acaban por sorprendernos, y eso, como capitán de esta nave, es algo que os puedo garantizar.


INDEPENDIENTEMENTE DE LOS SIGLOS
Capítulo 1: Tres de tres


- Las señales suenan claras, ruidosas sirenas alrededor de tu cabeza... ¿y tú te preguntas qué está pasando? ¡Ah, lo sabes muy bien! - En su voz sonaba cierto tono de fingido hastío, haría lo que fuera por convencer a su interlocutor, incluso mentir. - Has oído mil veces las historias, se remontan generaciones atrás en tu familia. Están repletas de ecos en la oscuridad, de canciones extrañas que parecen flotar en el ambiente y seguro que has tenido una sensación oscura, incómoda, como una sombra caminando sobre tu alma.

       Hizo una pausa, lo justo para comprobar que las pupilas del otro se dilataban. ¿Era el miedo o el deseo lo que brillaba en el fondo de aquellos enormes ojos aguamarina? Sin darse tiempo para averiguarlo, continuó su disertación.
 - Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que un hombre es capaz de soñar. Como por ejemplo, una tormenta de plasma rugiendo en el interior de la nebulosa Cabeza de Caballo. Un nuevo planeta se está formando allí, con fuegos de cinco pársecs de extensión girando sin cesar alrededor de su epicentro, ¿te lo imaginas? - No dejaba de gesticular con grandes aspavientos de sus manos, estaba eufórico. - Yo podría llevarte justo al borde de todo ello, a salvo de la onda expansiva, podría concentrar su actividad creadora y acabar en segundos con esa tormenta ante tus maravillados ojos... sólo si tú quieres. Podría llevarte a ese nuevo mundo, serías la primera criatura viva en poner su pie sobre esa tierra virgen. Sólo si aceptas lo que está pasando y dices adiós a todo lo que has conocido hasta ahora.

       Tomó aliento y se mantuvo en silencio por un buen rato, complacido en observar cada poro sudoroso de la pálida frente del muchacho. Los rizos castaños se sacudieron por encima con violencia, el chico estaba negando con la cabeza. 

 - ¿No podré volver? - Susurró con su voz rota y quebradiza. - Es decir... ¿nunca? Dejar atrás todo lo que he conocido... mis padres, mis amigos, mi trabajo... ¡Estás hablando de despedirme de mi vida!

       Al chico se le quedó cara de idiota, la boca medio abierta y a punto de preguntar si le estaba tomando el pelo. Decidió interrumpirle antes de que dijera algo tan vulgar como “¿estás de coña?”, eso sería intolerable. 

 - La oferta expira esta media noche, Cenicienta. Estaré por aquí hasta las doce en punto, ni un minuto más. - Fue tajante. Sin concederle réplica alguna, giró sobre sus talones y se alejó caminando. Su estilizada sombra fue lo último que se perdió en la oscuridad bajo el puente.

       Nikolai pateó una piedra que fue a caer al río, por unos segundos perdió la vista en las ondas concéntricas sobre la superficie líquida. Contando de la más pequeña a la mayor alcanzó la cifra nueve, su número favorito, el de la suerte. Pero la suerte puede ser buena o mala, según se mire. El sol empezaba su declive en el horizonte, no debían quedar muchas horas para las doce de la noche. 
 - Cenicienta... - Se dijo a sí mismo. - ¡Tres de tres!

       El chico emprendió otro de sus estúpidos rituales mágicos consistente en probar si una señal es verdadera, digna de ser acatada. Buscó otra piedra y la pateó haciéndola caer al río. Nueve ondas. Y una tercera vez. Nueve de nuevo. La ley dice que si algo ocurre tres veces de tres, ha de ser así porque está escrito. 

 - ¡Eh, tú! ¡Como te llames! - Gritó hacia la boca del puente, ni siquiera conocía su nombre. - ¡Ya he tomado una decisión!
 - ¿Y es...? - La voz venía de la más negra oscuridad. Se había alejado pero no le había quitado la mirada de encima. - Vamos, Kolya, ese jueguecito tuyo con las piedras en el agua debe significar algo. ¿Qué te han dicho las Nereidas?
 - Iré contigo pero... - Agachó la mirada avergonzado, el extraño parecía saber tantas cosas sobre él. - ¿Puedo despedirme de mi familia? Mis padres, mis amigos... al menos mi mejor amigo, por favor... ¿Puedo decirles adiós? 
 - ¿En plan nota de suicidio, o algo así? - Paso a paso salió de entre las sombras y apareció de nuevo frente al chico, con los ojos azules clavados en los aguamarina que, debido al giro que acababa de dar la conversación, se encontraban abiertos de par en par. - Ten en cuenta que vas a desaparecer. Si no quieres que nadie te busque, y por lo tanto a mí, deberías fingir tu propia muerte. ¡Es lo más práctico! 
 - ¿Mi muerte? - Nikolai palideció, aquello sonaba muy serio. - Tengo veintisiete años, todavía no he pensado en mi muerte. Nadie se creería que me he suicidado. 
 - Oh, no te preocupes, hay un amplio repertorio donde elegir. - Masculló restándole importancia al asunto, posando su mano derecha sobre el tembloroso hombro del muchacho. - Yo me decantaría por un estúpido accidente, nadie a quien culpar salvo al caprichoso destino. Algo doméstico, nada demasiado llamativo, ya me entiendes. No queremos levantar sospechas, ¿cierto?
       Sintió las palmaditas afectuosas en la espalda y caminó junto al extraño hasta perderse ambos bajo el puente. Aquella oscuridad de boca de lobo les engulló por completo, lejos de miradas ajenas, pronto lejos de todo tiempo y lugar. Nikolai se sintió devorado por lo desconocido y con ansias de dejarse devorar. 

 - Mi madre... - Susurró, su voz a punto de quebrarse. - Sufrirá.
 - Eso, me temo, es inevitable. - Mintió. Egoísta, viejo y cansado de su propia e insondable soledad, quiso tener al muchacho sólo para él. - Vamos, hay que preparar el escenario. ¿Dónde te gustaría morir?


Continuará